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Y todo, pese a semejante nariz

  • Por Invitado Especial
  • Mayo 25, 2017
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  • Beagle, Darwin, evolución

Por Joaquín Barañao para Etilmercurio

Joaquín ha expandido el contenido de su libro, Historia Universal Freak, para presentarlo como un artículo completo en Etilmercurio.

Imagen de portada: The National Library of Scotland en el Puente George IV, Edinburgo. Fotografía de byronv2, disponible en Flickr.com

Hasta bien entrada la Época Moderna, no era necesario enrevesar mucho las cosas para explicar la vida sobre la faz de la Tierra. Se trataba simplemente de la Creación, tal como nos había sido legada hacía algo más de cinco mil años. Y si la pulga tenía sus piernas exquisitamente adaptadas para alcanzar 110 veces la aceleración máxima de los transbordadores espaciales (1) y (2) y la inmejorable fisiología de la abeja le permitía volar el equivalente a dos millones de kilómetros por litro de combustible (3) era porque Dios había querido dotar a las pulgas de prodigalidad en sus brincos y a las abejas en su eficiencia aerodinámica. Se podía discutir si acaso los unicornios habían sido víctima de su propia belleza o de un capricho de arcángeles, pero eso porque la capacidad del Arca de Noé era limitada y daba pie para encajar una que otra extinción por aquí y por allá sin alterar la esencia del modelo: un stock de biodiversidad que había permanecido inamovible, diseñado de una vez y para siempre por una inteligencia superior, la única forma de explicar seres tan milagrosamente complejos como el ser humano. La primera edición de la Enciclopedia Británica, de 1771, describía el Arca como un barco de madera de ciprés de tres pisos, suficiente para la diversidad animal que no alcanzaba «100 especies de cuadrúpedos, ni 200 de aves» (4). ¿De qué otro modo explicar, por ejemplo, el nivel de sofisticación de nuestro sistema respiratorio, cuya superficie alveolar extendida ocuparía la superficie de una cancha de bádminton? (5)

En 1677, en Oxfordshire, Inglaterra, fue descubierto un hueso extraño. Para el Reverendo Robert Plot, se trataba del fémur de una raza antediluviana de seres humanos gigantes. El ilustrador la calificó de Scrotum humanum, pues le recordó a un par de testículos. Fue la manera que la comunidad científica de la época tuvo para armonizar en su marco conceptual a uno de los primeros fósiles de dinosaurios jamás encontrados. En realidad, era un fémur de megalosaurus, una bestia de unos 800 kilos de peso que habría hecho de los ancestros propuestos por Plot seres realmente portentosos (6).

El 12 de febrero de 1809 nacía Abraham Lincoln, el abolicionista más connotado de la historia. El mismo día, pero al otro lado del Atlántico, asomaba sus narices al mundo el quinto hijo de un adinerado médico y nieto de otros dos connotados abolicionistas: Charles Darwin (7) y (8).

Darwin no fue, lo que se dice, un niño prodigio. En algún punto de lo que suponemos fue una adolescencia inquieta, su padre le presagió un oscuro futuro a causa de su falta de disciplina: «No te importa nada más que disparar, los perros y cazar ratas, y serás una desgracia para ti mismo y para toda tu familia» (9).

Tumba de Pringles Stokes, el otrora comandante del Beagle, cerca de Puerto del Hambre. Teoría del Caos: su trágico final permitió el nombramiento de FitzRoy como comandante del HMS Beagle, quien, a su vez, permitió que Darwin abordara e hiciera su famosa expedición. FitzRoy tenía en ese entonces 23 años.

En 1831, el capitán Robert Fitz Roy preparaba la segunda travesía del HMS Beagle. Había asumido el mando tras el suicidio del capitán anterior. Necesitaba de un experto en geología —una ciencia de lo más in por aquellos años—, un naturalista y caballero de buena conversación, que dignificara su sobremesa en los días de alta mar. Darwin estaba recién egresado de la universidad y la oferta lo tentó. Era una buena oportunidad de ventilarse antes de echar raíces en lo que sería su actividad para el resto de su vida: párroco anglicano, un oficio a la altura de sus credenciales (10). Su padre opinaba que el viaje era una pérdida de tiempo, pero financió la aventura a regañadientes. En parte, gracias a la intercesión de su cuñado, quien enfatizaba que el estudio de la historia natural «es muy apropiada para un clérigo».

Fitz Roy, el primer hombre que intentó en forma sistemática predecir el clima y a quien le debemos la expresión «pronóstico del tiempo», era un personaje singular. Seguidor de Johann Lavater, creía que el carácter de las personas podía ser inferido por sus rasgos físicos. Estuvo a punto de rechazar a Darwin por la forma de su nariz, pues dudaba que alguien así poseyera la suficiente energía y determinación para el viaje (11), pero ante la proximidad del zarpe se resignó. Además, sopesaba, su formación teológica podría ser útil para hallar evidencia que sustentara una interpretación bíblica de la historia. ¡Vaya ironía! Cuatro décadas y media más tarde, Darwin escribió: «Pero pienso que después estuvo bien satisfecho con que mi nariz había hablado en falso».

Durante los cinco años de viaje, el joven naturalista fue testigo de una variedad de expresiones de biodiversidad muy inusual para su época. Tras observar en Australia la rata canguro de hocico largo y, en especial, el ornitorrinco, llegó a considerar la hipótesis de «Doble Creación». Respecto a su perplejidad con el ornitorrinco, por cierto, podemos excusarlo: los primeros europeos en observar uno creyeron que se trataba de un montaje y cortaron la piel con tijeras para buscar las costuras, especulando que un taxidermista asiático había cosido el pico de pato en el cuerpo de un animal de la familia de los castores (12). Observó fósiles alto en los Andes y los recolectó en cantidades de aquellas que solo en la época de viajes en barco era posible concebir. Experimentó un terremoto (en Chile, era que no) y comenzó a tramar esto de que se necesitaban más que seis días y uno de descanso para cocinar el fenómeno de la vida.

En 1842, seis años después del viaje y ya debidamente casado con su prima hermana (13) (al igual que Einstein), había acabado de decantar sus ideas en un borrador de 230 páginas… para luego archivarlas por 16 años fuera de la vista de todo el mundo. Su contenido, estimaba, crisparía demasiados ánimos.

Pasaron muchos años antes de que las ideas que lo harían famoso vieran la luz. Parte importante de su esfuerzo en los años siguientes lo dedicó al estudio de las lombrices de tierra. Ni siquiera la inclinación musical de estos anélidos escapó a su escrutinio y meticulosamente consignó sus reacciones al exponerlos a las notas de pianos, silbatos y fagots. Es a este periodo que le debemos algunas de sus citas menos grandiosas, como que «sería difícil negar la probabilidad que cada partícula de tierra (…) ha pasado a través del intestino de lombrices».

Esta vida sosegada de deliberación sobre la digestión invertebrada llegó a su fin en 1858, cuando recibió el borrador de cierto Alfred Russel Wallace. Se trataba de un perseverante naturalista que había reunido más de 120 mil especímenes en sus nueve años en el Archipiélago Malayo, una vez recuperado el ánimo tras la pérdida de todos aquellos cuidadosamente recolectados a lo largo de cuatro años en la cuenca del Amazonas. «Nunca vi una coincidencia más sorprendente», escribió Darwin; «si Wallace tuviese mi manuscrito con el borrador de 1842, no podría haber hecho un mejor resumen breve». Era su propia teoría, elaborada en forma independiente.

Darwin no tenía intenciones de perder la primicia. En breve produjo su libro El origen de las especies. El editor del Quarterly Review recibió un avance, pero consideró que el tema era demasiado estrecho para atraer una audiencia significativa y le sugirió a Darwin escribir sobre palomas. «Todo el mundo está interesado en las palomas» (14). Pudo farrearse la oportunidad de publicar una de las citas más célebres de la historia de la ciencia, the survival of the fittest («la supervivencia del más apto»), de no ser por un detalle: esa expresión no fue acuñada por Darwin, sino por Herbert Spencer, cinco años después (15) (de la misma manera que Arthur Conan Doyle nunca puso en boca de Sherlock Holmes la frase «elemental, mi querido Watson», que recién apareció en una película de 1929 (16)).

El editor pudo encontrar otras razones para dormir medianamente tranquilo. Los escritos de Darwin no están exentos de sombras. A su juicio, las hembras —incluyendo la especie humana— son menos evolucionadas, pues se ven eximidas de la fortificante lucha por la reproducción. A su modo de ver, los hombres alcanzan «una más elevada eminencia, en lo que sea que acometan, que lo que pueden las mujeres —ya sea que requiera reflexión profunda, razonamiento, o imaginación, o simplemente el uso de los sentidos y las manos (…) el poder mental promedio en el hombre debe estar por sobre el de las mujeres (17)».

De cualquier modo, desde Darwin contamos con un modelo conceptual para explicar cómo, a partir de un puñado de aminoácidos esenciales echados a correr durante eones, hoy compartimos la Tierra con organismos tan diversos y prodigiosos como las arañas, cuyas telas son cinco veces más fuertes que el acero por unidad de peso (18) y tan dúctiles que con solo 450 gramos se podría dar la vuelta al mundo (18). O con las ballenas azules, cuya sola lengua pesa lo que una elefanta asiática (19) y (20) y que, en su periodo de alimentación, comen cada día el peso de una elefanta africana (21).

Referencias

  1. Sutton, Gregory P. Burrows, Malcolm. “Biomechanics of jumping in the flea”. Journal Of Experimental Biology. Volumen: 214 Nº 5, marzo de 2011. Pags: 836-847 DOI: 10.1242/jeb.052399 http://jeb.biologists.org/content/214/5/836.full
  2. Bruce Thompson. “How much speed can a body’s organs take in space?” NASA, 20 de septiembre de 2000 http://quest.nasa.gov/saturn/qa/new/Effects_of_speed_and_acceleration_on_the_body.txt
  3. Robert Krulwich. “Bee Vs. Car: Who Gets More Miles Per Gallon?” National Public Radio, 17 de febrero de 2010 http://www.npr.org/blogs/krulwich/2010/02/17/123289433/bee-vs-car-who-gets-more-miles-per-gallon
  4. Geoffrey Blainey. “A Short History of the World”. Ed. Penguin Books Limited, 2001. ISBN: 9780857969293. Localización 4494
  5. Notter, Robert H. “Lung surfactants: basic science and clinical applications”. Ed. Marcel Dekker, 2000. New York. p. 120. ISBN 0-8247-0401-0. http://books.google.es/books?id=pAuiWvNHwZcC&pg=PA120
  6. David E. Fastovsky,David B. Weishampel. “Dinosaurs: A Concise Natural History”. Pág. 295. Ed. Cambridge University Press, 2009 ISBN, 9780521719025 http://books.google.com/books?id=GzrCV2BLcyQC&pg=PA295
  7. Donald, David Herbert. “Lincoln”. Ed. Simon and Schuster, 1996. ISBN 978-0-684-82535-9.
  8. John H. Wahlert . “The Mount House, Shrewsbury, England (Charles Darwin)”. Darwin and Darwinism. Baruch College. 11 de Junio de 2001 http://darwin.baruch.cuny.edu/biography/shrewsbury/mount/
  9. Charles Darwin. “The Autobiography of Charles Darwin”. Ed. Filiquarian Publishing, LLC., 2008. ISBN: 9781599865706. Pág. 12 http://books.google.es/books?id=uHE0BcPeRbAC&pg=PA12
  10. Browne, Janet; Neve, Michael (1989), “Introduction”, in Darwin, Charles, Voyage of the Beagle: Charles Darwin’s Journal of researches, London: Penguin Books, ISBN 0-14-043268-X
  11. Charles Darwin. “The Autobiography of Charles Darwin”. Ed. Filiquarian Publishing, LLC., 2008. ISBN: 9781599865706. Pág. 40 http://books.google.es/books?id=uHE0BcPeRbAC&pg=PA40
  12. Ann Moyal, “Platypus: The Extraordinary Story of How a Curious Creature Baffled the World”. Ed. Allen & Unwin. 2002. ISBN 9781865088044 Págs. 4-10 http://books.google.com/books?id=WFGuUUQsFYoC&pg=PA4
  13. Nora Barlow (ed). “Darwin and Henslow: The Growth of an Idea; Letters, 1831-1860”. Ed. University of California Press, 1967 http://books.google.es/books?id=tby1F6Fb01QC&pg=PA15
  14. Bryson, Bill. “A Short Story of Nearly Everything”. Ed. Black Swan, 2004. ISBN 0552997048. Pág. 462
  15. Herbert Spencer. “Principles of Biology”. 1864, vol. 1, p. 444
  16. Keyes, Ralph. “The Quote Verifier”. Ed. St. Martin’s Griffin; 1° ed: mayo de 2006. ISBN: 978-0312340049
  17. Charles Darwin. “The Descent of man”. Ed. D. Appleton and Company, 1871
  18. Zhengzhong Shao, Fritz Vollrath. “Materials: Surprising strength of silkworm silk”. Nature, 15 de agosto de 2002. Doi: 10.1038/418741a http://www.nature.com/nature/journal/v418/n6899/full/418741a.html
  19. The Scientific Monthly, 1915. American Association for the Advancement of Science, p. 21.
  20. Mcdonald, D. (2001) The New Encyclopedia of Mammals. Ed. Oxford University Press, 2001
  21. John D. Skinner, Christian T. Chimimba. “The mammals of the southern African subregion”. Ed. Cambridge University Press, 2005 ISBN 9780521844185. Pág 614
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