Joaquín ha expandido el contenido de su libro, Historia Universal Freak_, para presentarlo como un artículo completo en Etilmercurio._
Imagen de portada: 9 year WMAP image of background cosmic radiation (2012) Créditos: NASA / WMAP Science Team .
De haber preguntado a un europeo letrado del Medioevo por la antigüedad del Universo, este hubiese dado una cifra en torno a los cinco mil años, citando la sucesión de generaciones bíblicas. En 1650, el arzobispo irlandés James Ussher, tras 20 años de trabajo, aseveró que el Universo había sido creado el 23 de octubre del 4004 A.C. Shakespeare puso en boca de uno de sus personajes que «el miserable mundo tiene casi seis mil años de edad». Lutero gustaba de redondear la cifra en 4000 A.C. Ni los grandes científicos zafaron: Kepler concluyó que el gran día había ocurrido por allá por 3992 A.C, y Newton hablaba del 4000 A.C. [1, 2, 3 y 4].
Desde el siglo XIX, los científicos hicieron gala de un despliegue de creatividad para enfrentarse al desafío de datar la existencia a través de métodos deductivos. Los ceros comenzaron apilarse uno detrás del otro. William Thomson, más conocido como Lord Kelvin y la escala de temperaturas que lleva su nombre, estimó la edad del planeta entre 20 y 400 millones de años (Ma) [5], calculando el tiempo que le habría tomado al planeta enfriarse desde aquel infierno de roca fundida originario. Kelvin ignoraba el calor que sigue generando el decaimiento radiactivo. Más adelante, estrechó su estimación a «más de 20 y menos de 40 Ma, y posiblemente mucho más cerca de 20 que de 40». En 1892, Simon Newcomb situó la cifra en 18 Ma, en base al tiempo que tomaría al Sol condensar a su tamaño actual desde una nube de gas y polvo (la fusión nuclear aún no hacía su estreno en el arsenal científico). Luego vinieron los 56 Ma que tomarían la fricción de la mareas en disminuir la velocidad de rotación hasta 24 horas (gentileza de George H. Darwin, hijo de Charles) y los 80 a 100 Ma que John Joly concluyó que le hubiese tomado a los océanos acumular aquella colosal cantidad de sal a partir de los ríos que en estos desembocan [6] (tan colosal de hecho, que se podría cubrir toda la superficie terrestre con una capa de sal de 150 metros de espesor [7]).
Andaban muy, pero muy lejos.
Menos de 6 mil años separarían la Mystery Machine de los dinosaurios de Piedradura. Fuente: DC Comics.
A los catorce años, Milton Humason dio por terminada su educación formal y se lanzó a forjar su vida en la soleada California. En 1911, con 20 años de edad, fue contratado por los constructores del observatorio del Mount Wilson para cargar los materiales de la obra cerro arriba. Al poco andar, se enamoró de la hija del ingeniero jefe, Helen Dowd. En breve eran ya marido y mujer, muy a pesar de Míster Dowd, quien aspiraba a algo más que una vida de arrieros para su descendencia.
Humason estaba consciente de que encarrilar mulas por las sierras no era oficio de yerno ideal. Consiguió un puesto mejor pagado y socialmente más aceptado como capataz de un rancho en Pasadena, pero extrañaba el cielo abierto de Mount Wilson. Con ayuda de su suegro, en 1917 fue contratado como recepcionista del observatorio. Al poco tiempo fue aceptado como asistente de noche, algo del todo inusual para un tipo que ni siquiera había terminado la secundaria. Pero el hombre tomaba las mejores imágenes espectrales de galaxias lejanas, y se transformó en la mano derecha de Edwin Hubble, que por aquel entonces indagaba constelaciones desde las inmediaciones de Hollywood (antes que el área se convirtiera en un antro de contaminación lumínica; tanto es así que, tras el apagón provocado por el terremoto de 1994, cientos llamaron a los números de emergencia para denunciar una amenazante mancha blancuzca en el cielo nocturno: hubo que tranquilizarlos explicando que se trataba de la Vía Láctea [8]).
Las fotografías que llegaban a manos de Hubble indicaban una curiosa peculiaridad: los objetos lejanos aparecían más «“rojos»” de lo esperado, y existía proporcionalidad entre su lejanía y el grado de «corrimiento hacia el rojo». La longitud de onda de la luz, la propiedad que define su color, era mayor a la esperada porque los objetos se alejaban, y mientras mayor era la distancia a la Tierra mayor era también la velocidad a la que esto ocurría. Lo extraño es que ello se observaba en todas direcciones, por lo que no se podía atribuir a alguna estrella o galaxia particular de espíritu viajero.
Hubo que esperar hasta 1927 para que Georges Lemaître, un físico belga y sacerdote católico, tuviese la osadía de proponer que aquello se debía a que el mismísimo universo se estaba expandiendo. La historia del descubrimiento del Big Bang nacía de las imágenes de «“probablemente el último astrónomo altamente exitoso que basó su carrera en una educación de octavo de primaria»” [9 y 10] y del intelecto de un ilustre representante de la Iglesia Católica [11], con frecuencia acusada de bastión de resistencia a las revoluciones científicas. Y no es claro que haya habido una sola idea tan revolucionaria a lo largo de la historia de la humanidad como que todo el vasto universo comenzó como una partícula infinitamente pequeña.
El nombre de Big Bang, sin embargo, no fue acuñado por sus descubridores, sino por sus detractores. El astrónomo inglés Fred Hoyle, buscando la expresión más infantil y menos digna de respeto que se le vino a la mente, lo llamó así en una transmisión radial de la BBC en 1949, mientras instruía a la audiencia sobre lo evidentemente inverosímil y desprovisto de sentido de semejante disparate [12 y 13]. El nombre quedó instalado para siempre. Bien lo pudo llamar «Teoría del Kabuuuum» o la «Hipótesis del Kataplámmm».
Así las cosas, la estimación contemporánea del acta de nacimiento del Cosmos es de 13,799 ± 0,021 miles de Ma. Si decidiera homenajear al Universo contando hasta 13.799.000.000 durante 16 horas diarias, la empresa lte tomaría 1.967 años. Si el emperador Nerón lo hubiese intentado, recién estaría terminando, y ni pensar la de circos máximos que se hubiera perdido.
Referencias
1.
Matthew HCG, Harrison BH, British Academy, editores. Oxford dictionary of national biography: in association with the British Academy: from the earliest times to the year 2000. Oxford ; New York: Oxford University Press; 2004. 61 p.
2.
Shakespeare W, Bevington DM. As you like it. Toronto ; New York: Bantam Books; 1988. 142 p. (A Bantam classic).
3.
Asimov I. Asimov’s biographical encyclopedia of science and technology: the lives and achievements of 1510 great scientists from ancient times to the present chronologically arranged. 2nd rev. ed. Garden City, N.Y: Doubleday; 1982. 941 p.
4.
Stewart I. Mathematics of life. New York, NY: Basic Books; 2011. 358 p.
5.
England P, Molnar P, Richter F. John Perry’s neglected critique of Kelvin’s age for the Earth: A missed opportunity in geodynamics. GSA Today. 2007;17(1):4.
6.
Dalrymple GB. The age of the Earth. Stanford, Calif: Stanford Univ. Press; 1994. 474 p.
7.
Bryson B. A short history of nearly everything. London: Black Swan; 2006.
8.
Achilles M, Elzey DM. Environmental sustainability in transatlantic perspective a multidisciplinary approach. Basingstoke: Palgrave Macmillan; 2013.
9.
Bertotti B, editor. Modern cosmology in retrospect. Cambridge [England] ; New York: Cambridge University Press; 1990. 426 p.
10.
Sagan C, KCET (Television station : Los Angeles C., Carl Sagan Productions, Turner Home Entertainment (Firm). The backbone of night. Place of publication not identified: Turner Home Entertainment; 1989.
11.
Landsberg PT. Seeking ultimates: an intuitive guide to physics. Bristol ; Philadelphia: Institute of Physics Pub; 2000. 314 p.
12.
Mitton S. Fred Hoyle: a life in science. London: Aurum; 2005. 369 p.
13.
Croswell K. The alchemy of the heavens: searching for meaning in the Milky Way. 1st Anchor Books ed. New York: Anchor Books; 1995. 340 p.