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Hoy no hay razas, mañana tampoco

Autor
Categoría
Biología
Ciencia
Medicina
Fecha de Publicación
2018/03/15
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Claudio es Antropólogo Social de la U. de Chile y Magíster en Administración Pública de la U. de Pittsburgh. Desde 2007 es director del Museo Nacional de Historia Natural.
Alexis es Sociólogo y Licenciado en Sociología. Posee un Magíster en Investigación Social y Desarrollo
Imagen de portada: Crayón color «piel», por Sara Fratti.
La migración es un fenómeno más antiguo que la misma delimitación de las fronteras. En el caso de Chile, la llegada de población proveniente de Colombia y Haití, principalmente, ha despertado un viejo concepto que se creía erradicado del lenguaje: la idea de «raza». Tanto así, que incluso los medios de comunicación masiva lo están usando para describir a los nuevos migrantes que llegan al país, reafirmando la idea de que el uso coloquial del término es correcto:
Habitualmente, el concepto «raza» se utiliza para destacar las diferencias entre personas basándose en el color de la piel. Pero, ¿existen evidencias que apoyen esta definición? ¿Podemos decir que la ciencia ha conseguido delimitar estas llamadas «razas»?

De montañas, valles, pieles y cultura

A lo largo de la historia, el uso académico y popular del concepto «raza» ha sufrido grandes variaciones. Dependiendo del momento histórico, se ha utilizado para delimitar un linaje (la «raza de Abraham», por ejemplo, que se refiere a la descendencia del patriarca judío, independiente de su aspecto o color de piel), para diferenciar personas basándose en la apariencia física, o para marcar distinciones respecto a criterios culturales (1).
Incluso el determinismo racial ha ido cambiando su foco. En el siglo XIX, hasta la ciencia consideraba que había diferencias biológicas entre las «razas», pero después de la Segunda Guerra Mundial esta diferenciación a través de la biología quedó tan desprestigiada que el determinismo racial cambió su enfoque, pasando del color de la piel a la cultura. O sea, se sigue discriminando a la misma gente que antes, pero ahora se justifica por otras razones (1).
El primer problema que enfrentamos entonces es el de la clasificación: hablar de «razas» es como hablar de «regiones». En el primer caso, tratamos de clasificar por variabilidad de la apariencia humana o de su comportamiento y en el segundo por la variabilidad del paisaje.
Al igual que las fronteras geopolíticas, que se pueden trazar en atención a ríos o cordilleras montañosas, las fronteras raciales a menudo se dibujan por gradientes de tono de piel: los negros, los blancos, los amarillos, los que tienen equis ancestros, los que hablan tal idioma, etc.
El objetivo, claro, es tratar de afirmar que existen ciertas formas «puras» de seres humanos y, a partir de esto, justificar prejuicios. Que ciertas «razas» serían más inteligentes, más fuertes o tendrían sus órganos sexuales más desarrollados (no, no haremos referencia a cierto personaje de WhatsApp).
¿Y qué dice la ciencia al respecto?
Adivinó: ninguna de las delimitaciones raciales sirve para diferenciar seres humanos.

Mestizaje, mestizaje por todas partes

Tanto las ciencias biológicas y las ciencias sociales han sido categóricas: las «razas» no existen. De hecho, la biología ha demostrado que los bloques de construcción básicos de los humanos siguen siendo los mismos y los genes que expresan la piel blanca provienen de África (2) (SUPER MEGA COMBO BREAKER).
Para ser más específicos, digamos que los alelos para los diversos colores de piel, ya sean claros u oscuros, más rosados, amarillos o rojos, son antiguos y anteriores a los humanos modernos. Todos estos alelos se originaron en África (2). No obstante, las condiciones ambientales (menor radiación solar) y la reproducción selectiva durante muchas generaciones, hicieron que la piel clara se convirtiera en dominante en varias regiones del planeta, como Europa, mientras que la piel oscura dominó en otras zonas, como en África.
A pesar de ello, genéticamente hablando, no se puede categorizar a las personas en función de su tono de piel. Eso sería tan arbitrario como categorizar por peso o por la forma de los dedos del pie. Es más: genéticamente puede haber más diferencias entre las tribus de Luba y Mongo (ambas en el Congo) que entre un japonés y un sueco. Asimismo, una persona de la tribu de Mongo podría estar genéticamente mucho más cerca de un alemán rosadito y rechoncho que de un tipo de la tribu Luba (2).
Si existiera un Candy Crush con colores de piel donde hubiese que agrupar humanos por similitud genética para ganar puntos, seguramente usted perdería.
Aun más: el África «negra» tiene mucha más diversidad genética que el resto del mundo combinado (2).
En Chile, el genetista Francisco Rothhammer ha investigado sobre los orígenes biológicos de las poblaciones americanas. Sus resultados derriban muchas de las preconcepciones sobre la composición genética de los pueblos. Por ejemplo, luego de un estudio realizado sobre 950 personas chilenas actuales se pudo comprobar que un chileno o chilena posee, en promedio, un 44% de genes indígenas, 52% europeos y 4% africanos. Estos resultados permiten afirmar que la población de nuestro país es altamente mestizada. En otras palabras: nuestros ancestros tuvieron montones de hijos e hijas con múltiples personas, muchas veces producto de violaciones. Esta situación se comparte en proporciones similares en diversos países de América. La excepción es Brasil, donde predominan genes de origen africano.
La receta para hacer chilenitos: tres cuartos de taza de indígena tamizado, una taza de europeo molido y una cucharadita de africano en polvo. Mezcle enérgicamente en un bowl largo y angosto, hornee durante 5 siglos y sirva con decoración de palta. *chef's kiss*
Por su parte, desde las ciencias sociales y en particular desde la Antropología, el concepto de «raza» fue descartado desde ya mediados del siglo XX (3). Sin embargo, tiene un uso popular y cotidiano difícil de eliminar, tal como pasa con el concepto de «cultura» cuando se usa como sinónimo de educación o instrucción.
Este uso se ha vuelto institucional en países como Estados Unidos: en ese país, cuando se llena algún formulario, es frecuente encontrar una categoría llamada «raza» con opciones tales como «blanco», «asiático», «afroamericano» y otros. Es decir, se utiliza el concepto como una forma de manifestar la pertenencia a un grupo social basado en ciertos rasgos que se asumen como comunes y compartidos... Aunque estos rasgos sean solo el color de la piel.
Este sistema de categorización se cruza con un modelo de identidad cultural (no-biológico) al incluir opciones tales como «latino» o «hispánico», construcciones que no se ajustan a diferencias corporales evidentes. ¿Qué casilla debería marcar, por ejemplo, una persona que nació en Estados Unidos y ha vivido toda su vida allí, pero cuyos padres provienen de Latinoamérica y, como veíamos, tiene rasgos mestizos? Esta disonancia es un buen ejemplo que deja en evidencia la ambigüedad del uso del concepto «raza» como sistema de identificación social.

Un poco de darwinismo social

En este punto, deberíamos recordar que la Antropología logró establecerse como una disciplina diferenciada a fines del siglo XIX. Es por ello que sus primeros modelos teóricos estaban muy influidos por teorías provenientes de otras áreas del saber como la filosofía, la historia y la biología.
A fines del siglo XIX, los planteamientos de Charles Darwin estaban en pleno apogeo y habían causado reflexiones y propuestas derivadas en distintas disciplinas e intelectuales, incluyendo lo que se denominó «darwinismo social».
Este sistema explicativo incorporaba las afirmaciones de Darwin sobre la existencia de «razas civilizadas» y «razas salvajes», así como «razas superiores» y «razas inferiores». Esta clasificación se basaba en una supuesta relación del tamaño del cerebro y las capacidades intelectuales. En su análisis, Darwin llegó a afirmar que las poblaciones europeas eran superiores a las de sociedades no occidentales (4).
En este momento, la perspectiva de que existirían grupos humanos mejores que otros se instala con la fuerza de los argumentos biológicos provistos por Darwin. Esto da pie al llamado «darwinismo social». La Gran Bretaña de la época es el ejemplo más claro de la sociedad «avanzada», ubicada en el pináculo del progreso y desarrollo. Por su parte, los pueblos «primitivos» representan la infancia de la evolución social humana y, como tales, son tratados como testimonios de lo que alguna vez fueron las sociedades modernas.
Los primeros antropólogos, inspirados en el estudio de pueblos «exóticos» —principalmente de Asia, África y Oceanía—, realizaron un potente trabajo etnográfico de estos pueblos. Y, a medida que reunían evidencia y la sistematizaban, empezaron a cuestionar la noción de superioridad entre «razas» o grupos humanos (3).
La Antropología perfeccionó y definió su objetivo central de estudio —la cultura de los diversos grupos humanos— y de manera progresiva dejó de lado cualquier explicación biológica para entenderla (sin perjuicio de que en el proceso de especialización de la Antropología surgiera la Antropología Física o Bioantropología, que se preocupa de los aspectos biológicos de la especie humana).
No solo eso: el trabajo de campo que realizaron los antropólogos en los confines del planeta logró comprobar que los humanos somos una sola especie y que las diferencias entre distintos grupos es extrabiológica. La Antropología demostró que lo que nos hace humanos de verdad no es nuestra biología sino la cultura en la cual crecemos (5).
En otras palabras, todos los humanos compartimos el mismo «hardware» básico y nos diferenciamos por el «software» que recibimos desde que nacemos. Así como no hay «razas humanas» sino una sola especie (Homo sapiens), tampoco hay gente con poca o mucha cultura.

Intercambio y migración

Todos aprendemos a vivir en sociedad mediante la enculturación, que ocurre a su vez mediante el aprendizaje de una lengua. La confirmación de esto son los casos documentados de «niñas/os lobos», individuos que, al crecer en sociedades no humanas —como una manada de lobos— o aislados de todo contacto con otros humanos, no fueron enculturizados y, por lo tanto, no adquirieron la cualidad que nos diferencia como especie: ese complejo sistema de símbolos llamado cultura.
A medida que la Antropología avanzaba en el estudio de los diversos grupos humanos y sus atributos, se hizo evidente que la noción de que hubiese grupos humanos «mejores» que otros era incorrecta e inapropiada. Sencillamente, cada cultura es la mejor posible para ese grupo humano, lo que llevó a la Antropología a establecer el principio del «relativismo cultural», mediante el cual se sostiene que cada cultura debe ser explicada de acuerdo a sus propios principios, valores y conductas. Esto no significa que cada profesional de la Antropología no pueda tener un juicio personal sobre aquello que observa, sino más bien que debe tener conciencia de los propios valores y prejuicios de modo tal que ellos sean evidentes cuando realiza su análisis.
A lo largo de su historia como disciplina, la Antropología ha demostrado que la gran mayoría de las sociedades humanas ha estado en contacto con otras sociedades, ya sea por alianzas, conflictos, etc. Cada contacto posibilita intercambios que permiten la incorporación de nuevas tecnologías, ideas y material genético (mediante relaciones de parentesco con grupos sociales distintos al propios). Por ejemplo, un estudio reciente ha demostrado que el pueblo británico le debe su constitución actual a una importante ola migratoria que reemplazó aproximadamente el 90% de su pozo genético hace unos 4.500 años (6).
Considerando que las migraciones son tan antiguas como la especie humana, es razonable asumir que las reacciones a favor y en contra del proceso también lo son. Para cada afirmación racista siempre habrá evidencia biológica y antropológica (así como sociológica, económica y de otras disciplinas científicas) reafirmando que del continuo intercambio entre grupos humanos resultamos nosotros —las actuales generaciones— y que ello seguirá ocurriendo, le guste a algunas personas o no.

Referencias

1.
Wade P. Raza, ciencia, sociedad. INTERdisciplina [Internet]. 2015 Feb 16 [cited 2018 Mar 15];2(4). Disponible en: http://www.revistas.unam.mx/index.php/inter/article/view/47204
2.
Crawford NG, Kelly DE, Hansen MEB, Beltrame MH, Fan S, Bowman SL, et al. Loci associated with skin pigmentation identified in African populations. Science [Internet]. 2017 Nov 17;358(6365). Disponible en: http://dx.doi.org/10.1126/science.aan8433
3.
Olalde I, Brace S, Allentoft ME, Armit I, Kristiansen K, Booth T, et al. The Beaker phenomenon and the genomic transformation of northwest Europe. Nature. 2018 Mar 8;555(7695):190–6.
4.
Darwin, C. (1871). The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex. London: J. Murray.
5.
Weiss G. A Scientific Concept of Culture. Am Anthropol. 1973;75(5):1376–413.
6.
Olalde, I., Brace S., et al. The Beaker phenomenon and the genomic transformation of northwest Europe. Nature volume 555, pages 190–196 (08 March 2018)