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Monsters Inc.

Autor
Categoría
etica
Fecha de Publicación
2018/06/20
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¡Abramos todas las jaulas pa’ que vuelen como pájaros!

La política estatal que separa a hijos e hijas de sus familias en el borde de la frontera entre México y Estados Unidos es crueldad institucionalizada. Hacerlo para presionar por un resultado legislativo partidista es una extorsión a la democracia y una violación a los derechos humanos, con el consecuente sufrimiento de niños, niñas y sus desesperados padres. Todo parece indicar que alguien hizo la peor mezcla posible entre la máquina que funciona con miedo, llanto y gritos de niños de Monsters Inc. y el funcionamiento de los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial.
¿Hemos avanzado como humanidad?
Sí, hemos evolucionado para adaptarnos a nuestro entorno y sobrevivir. Hemos evolucionado para aprovechar la ventaja que nos da el trabajar como comunidades, como sociedad, lo que ha incrementado aun más nuestra capacidad de sobrevivir como especie y nos ha llevado a multiplicarnos a tal punto que estamos amenazando los recursos globales.
Pero tenemos creatividad. Tenemos inteligencia. Hemos creado la filosofía, las ciencias, las humanidades, la música y la poesía. Hemos desarrollado la capacidad de empatizar, de mirarnos desde lejos y autoevaluarnos no solo como personas individuales, sino como sociedad. Hemos tratado de frenar nuestra irracionalidad y nuestro salvajismo generando reglas y preceptos éticos básicos sobre los que debe ser fundada cualquier comunidad humana. Hemos superado en gran medida nuestros miedos sin fundamento a lo desconocido, a lo diferente. Hemos aprendido a respetar, acoger y apoyar a los que menos tienen para darles la dignidad que se merecen y puedan hacer su aporte a la sociedad. Nos hemos dado cuenta de que el sufrimiento de algunos es el sufrimiento de todos.
Pero aún nos falta. Nos falta tanto...
Lo que está ocurriendo en este momento en Estados Unidos es un brutal atropello a la humanidad. Es un retroceso a sus propios —y claramente insuficientes— avances para combatir el racismo y la xenofobia. Y esta situación empeora cada vez que su presidente utiliza términos deshumanizantes para referirse a los refugiados.
«Infestar». Los migrantes «ilegales» vienen a «infestar»... ¿No es esto lo que las distopías nos enseñaron a identificar como señal de peligro?
Es tan desgarrador lo que está pasando «al norte del Río Bravo», que incluso describir el sufrimiento suena insuficiente. ¿Qué pensará esa guagüita que fue separada de su madre? ¿Dónde está su olor? ¿Sus tiernas caricias en la huida forzada?
Porque no nos confundamos: las personas que llegan al borde de ese país «poderoso» y «rico» están huyendo de conflictos armados en sus países, de la miseria más horrenda, del hambre y la violencia. Son gente común, cajeros, panaderos, profesionales, plomeras, técnicos, dueñas de casa y jubilados, estudiantes de colegio o también gente que estaba cesante, gente que busca un mejor futuro. Gente que desea proteger a sus niños y sus familiares más desvalidos, dándoles un futuro que, por condiciones sociopolíticas, les es negado en su país de origen.
No van de vacaciones. No es una locura juvenil. Nadie abandona su hogar, sus redes de apoyo, sus amistades, su idioma, su cultura y hasta las calles donde ha vivido por razones banales. Ser refugiado significa llegar en el dolor, escapando de un sufrimiento mayor. Las consecuencias de estas prácticas serán irreversibles.
Quedarnos en silencio e ignorar un acto de crueldad tan flagrante como este nos convierte en cómplices. Hoy somos testigos de una forma obscena de deshumanización desde la comodidad de nuestros hogares y desde la protección de esa pantalla que nos da la falsa seguridad de que la de Estados Unidos es una realidad ajena, que se acaba cuando se apaga la imagen. No es así. Mientras usted lee esto, cientos de niños son separados de sus padres, inmersos en el terror y el desamparo. La omisión hoy no solo es complicidad, es colaboración pasiva, es permitir la violación de la dignidad humana. Hoy con las fronteras desdibujadas por la globalización, la indiferencia y la indolencia es una inmoralidad.
Y no estamos dispuestos a ser cómplices de lo inhumano, ni ser colaboradores pasivos de alguien que pensó que encarcelar y deportar a madres y padres separados de sus hijos era una forma válida de negociar, de regular, de proteger a los «unos» de los «otros». Lógica que ha sido la responsable de la justificación de los principales genocidios y violaciones a los derechos humanos en nuestra historia.
No es aceptable. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Y esto debe extenderse a todas las situaciones donde las niñas y los niños sean considerados los últimos de la fila en cualquier país, incluso el nuestro. Donde a veces ni nos arrugamos cuando llamamos «delincuente» o «indeseable» a alguien solo por haber cometido el «crimen» de nacer en otro lugar del mundo.
Hacemos un llamado a empatizar con estas situaciones, a reflexionar sobre cómo nuestra indiferencia y nuestro menosprecio alimenta políticas inhumanas no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Pero también hacemos un llamado a las autoridades a emitir una protesta formal y a la sociedad civil a condenar abiertamente este atropello a los derechos de niños y niñas y sus familias.
¡Basta!