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La humanidad de la ciencia

Autor
Categoría
Tecnología
Fecha de Publicación
2018/04/14
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Imagen de portada: ilustración del libro Antropogenía (1874), de Ernst Haeckel
...y entonces, un día, llegó una criatura cuyo material genético no era muy diferente de las estructuras moleculares reproductoras de cualquier otra clase de organismos del planeta, que dicha criatura llamó Tierra. Pero era capaz de reflexionar sobre el misterio de su origen, de estudiar el extraño y tortuoso sendero por el cual había surgido desde la materia estelar. Era el material del Cosmos contemplándose a sí mismo. Consideró la enigmática y problemática cuestión de su futuro. Se llamó a sí mismo humano. Y ansió regresar a las estrellas.
Carl Sagan
Superficie de Encélado, una de las lunas de Saturno. Fotografía: NASA/JPL/Space Science Institute.
¿Qué motivaba a Marie Curie a picar toneladas de piedras para extraer unos pocos gramos de polonio? ¿Qué impulsó a Vera Rubin a investigar cómo las galaxias giran y se agrupan en un colosal ballet cósmico?
No podemos hablar en nombre de todas las personas que hacen ciencia. Pero sí hay un número importante de hombres y mujeres que, como Isaac Newton, quedaron fascinados al descubrir que hay leyes que gobiernan el universo, o que el pensar generaba una visión del mundo repetible y objetiva. Y que esas leyes, además de darle sentido al mismo, le otorgan una particular belleza, perceptible hasta por las más intrincadas personalidades.
Quizás lo que motiva a muchas científicas y científicos es maravillarse.
¿Cómo no maravillarse al descubrir que en un ambiente yermo como el Desierto de Atacama viven microorganismos dentro de las rocas y que, quizás, podrían tener parientes en Marte? ¿Cómo no encontrar sublimes las fotografías de las nebulosas y las galaxias que nos regala el telescopio espacial Hubble? ¿Puede imaginarse la fascinación de Edward Jenner cuando inventó una forma de prevenir la muerte por viruela en el siglo XIX? ¿Y puede entender que Jenner decidiera no patentar su descubrimiento para así salvar la mayor cantidad posible de vidas?
«This is Major Tom to ground control». Créditos de la fotografía: NASA.
Este sábado 14 de abril, millones de personas saldrán a las calles de Chile y el mundo a marchar por la ciencia. En nuestro país, la marcha incluye el concepto «conocimiento», con el fin de incluir todas las disciplinas que enriquecen la experiencia humana: las artes, humanidades y ciencias sociales.
¿Acaso Roberto Matta no pintó sus lienzos a partir de una hipótesis de supuestos no verificables?
¿Acaso Violeta Parra no aplicó una base matemática para escribir sus décimas?
¿Beethoven no escribió acaso la novena sinfonía pensando en la física del sonido?
¿Gabriela Mistral no le escribió a las estrellas de Montegrande pensando en astrofísica?
Roberto Matta, Les plaisirs de la présence (1984), óleo en tela 308 ×735 cm, colección privada.
La ciencia, las ciencias sociales, las artes y las humanidades nos plantean grandes preguntas sobre nosotros mismos y sobre el universo que nos rodea. A veces, nos dan respuestas. Respuestas claras y bien fundadas. Respuestas que se traducen en avances: medios de transporte, medicamentos, sistemas para evitar que las casas se derrumben por un terremoto. Respuestas que se traducen en un mayor conocimiento de nuestro pasado: quiénes fueron nuestros ancestros, qué pensaban, qué soñaban, qué comían. Por qué se mataban entre ellos. Y por qué nos seguimos matando. Por ejemplo, durante mucho tiempo, la homosexualidad fue considerada una enfermedad por las ciencias médicas. Fue necesario un diálogo entre distintas disciplinas para cambiar el enfoque y descubrir no solo que es un comportamiento habitual en las especies sexuadas, sino también una manifestación saludable de la sexualidad humana.
La mayoría de las veces, sin embargo, estas disciplinas plantean más preguntas de las que pueden responder. Cada misterio develado arrastra consigo muchos otros misterios. Como decía John Archibald Wheeler, «vivimos en una isla en un mar desconocido; según crece la isla de conocimiento, también lo hace el litoral de ignorancia».
Por eso deberíamos desconfiar de cualquier supuesta disciplina que responde las preguntas sin plantear nuevas incógnitas: un conocimiento que da certezas no es conocimiento real, es dogma. La ciencia y el conocimiento, en cambio, nos dejan perplejos ante un universo demasiado grande, donde nuestra existencia es irrelevante y nuestras preocupaciones diarias parecen tribulaciones de una mosca moribunda. Somos invisibles para las estrellas y para las bacterias.
Llareta en flor, Salar de Huasco, Región de Tarapacá. Fotografía: @criordor
Y, aun así, podemos comprender mínimamente ese universo. Podemos manipularlo para mejorar nuestra vida... O para hacerla más miserable.
No podemos engañarnos: las armas químicas y los bombardeos que matan civiles en Siria, la minería del litio y la extracción de agua que drena y destruye salares en el Norte Grande, el darwinismo social con el que se justificó el genocidio del pueblo judío también son manifestaciones de la ciencia y el conocimiento.
Hacer ciencia y construir conocimiento no pueden ser nunca objetivos en sí mismos, así como tampoco conseguir riquezas o amasar poder. Las disciplinas deben trabajar siempre reconociendo la dimensión humana que las motiva, además de una visión a largo plazo que nos permita proyectarnos en el tiempo, y un sólido fundamento histórico que nos dé contexto y reduzca la probabilidad de cometer errores.
Ese eso lo que se busca, por ejemplo, cuando se lucha porque Chile deje de depender de las materias primas para invertir en industrialización y en el desarrollo de nuestra inteligencia y pensamiento crítico. Ese es nuestro objetivo cuando dejamos de confiar ciegamente en las motivaciones económicas y empezamos a confiar en las profundas motivaciones humanas. La curiosidad y la empatía son capacidades propias de nuestra especie, y son poderosas motivaciones para muchas personas que construyen ciencia y conocimiento.
Sin embargo, estas motivaciones no son iguales para todos. O a veces dialogan con otras motivaciones, personales o sociales. Las motivaciones van cambiando en el tiempo. Las teorías se modifican, caen y aparecen otras; la creatividad empuja el desarrollo de nuevas ideas y visiones del mundo. Pero la clave es siempre la misma: la diversidad humana. ¿Cómo podemos dejar de lado a quienes nacieron en un bosque de araucarias o corrieron detrás de una pelota de trapo? En los ojos del niño que quiere salir de la sala de clases, está el brillo de la libertad. En la mente de la niña que lee, hay un anhelo por descubrir nuevos mundos.
Mundos donde se valora a las personas por lo que hacen, no por su apariencia, su género, sus ideas, su identidad de género, sus orígenes o su orientación sexual.
Mundos donde los caprichos individuales no son tan importantes como el bienestar de los demás.
Mundos donde se valora la evidencia y el cuestionamiento, no los prejuicios y las respuestas trasnochadas.

Todos somos científicos

Somos científicos porque también podemos ser poetas. Somos poetas porque pintamos lienzos de atardeceres verdes. Somos pintores porque escribimos música con los sonidos de la naturaleza. Somos músicos porque le cantamos a las voces que no se escuchan. Seres humanos es lo que somos. Somos átomos. Somos polvo de estrellas. Somos virus y bacterias. Somos el universo mirándose a sí mismo.